El Jerez, vino de reyes
La peor batalla que hemos perdido en este país no es la de Trafalgar sino la de los vinos de Jerez. Los ingleses se apoderaron y disfrutan del Jerez mucho más que nosotros, con una pompa y circunstancia sólo vista en estos hijos de la Gran Bretaña. Y eso no puede ser, porque aunque España sea un país cada vez más desecularizado, desprovisto ya de signos y ritos que nos unan con la esencia de lo que somos, donde todo boato es mal visto y criticado, aún nos queda la posibilidad de recuperar la excelencia y el ritual de un buen Jerez. Ese tiempo detenido mientras sostenemos en nuestra mano el catavinos y paladeemos.
Están a tiempo de subirse al carro, tenemos una oportunidad que como país y sociedad no podemos dejar pasar, porque si esperan un poco más ya no estará al alcance. Como primero estuvo el vodka, luego el gintonic con cosas, más tarde los espumosos y ahora el tequila y el mezcal; el Sherry va a convertirse en no mucho tiempo en la bebida de moda de todas las buena barras del mundo, y no lo será menos en la de MALA-SAÑA. Es algo de lo que me llevan avisando Iván y Saúl desde hace algún tiempo, y yo de estos dos alquimistas de la magia etílica siempre me fío: lo que sale de su cabeza y sus manos nos ha hecho tan felices.
Entre el vino de Jerez, el amor y las pasiones existe una relación directa y fluida, a cada trago más nos enamoramos de esos sabores, de esos olores, de su textura, de las tonalidades cristalinas y a la vez intensas que dan color a nuestras vidas. Los buenos vinos nos alegran la vida, porque tras una copa todo es mejor; ya no digamos si son dos o más. Con Jerez en las bodegas de la Nao Victoria, Magallanes y Elcano consiguieron dar la vuelta al mundo, pero lo que dudo es de que les haya quedado una sola gota cuando arribaron de nuevo a puerto en Sanlúcar.
Un vino de reyes, como así fue alabado por Shakespeare a través de personajes como Falstaff. Pero no fue el único, Byron, viajero contumaz y dandy absoluto, siempre sublime sin interrupción, viajó hasta el sur de España para dejarse embriagar y conquistar por estos caldos. También está presente en la literatura patria, sobre todo en Galdós, fiel retratista de la realidad de su tiempo nos da fe de su asentamiento e importancia a finales del siglo XVIII. Lo que antes quedaba reservado para unos, la excelencia máxima en el paladar, ahora se nos presenta al tino de nuestra copa. Esto es una de las mayores muestras de evolución y civilización: el maná líquido que nos sacie.
Del 8 al 14 de noviembre se celebra la 8ª Sherry Week a lo largo y ancho de este mundo, una semana para celebrar y disfrutar de los vinos del Marco, cada uno para un público, un momento y un lugar, pero todos una ambrosía; ya sean generosos, dulces o generosos de licor. El año pasado se truncó por las restricciones, cuando ya estaba todo preparado, y este por un más que merecido descanso de los que trabajan en MALA-SAÑA para hacernos disfrutar.
Pero esto que puede parecer contrario, quizá también contradictorio, no va contra estos vinos, abre la puerta a que no sólo sean saboreados esos días, a que se disfrute de ellos a lo largo del año ya sean solos o en algún cóctel y combinado. Prueben el Bloody Sherry, una versión del Bloody Mary pero con fino en lugar de vodka, y verán como se sentirán mejor. Ya ven que Oviedo no queda tan lejos de Sanlúcar, sólo nos faltarían unos langostinos de Casa Bigote. Nos vemos en la barra, brindo por ustedes.