RIEGA TU CABEZA DE BUENAS IDEAS

El verano es esa estación que más que además de un espacio temporal es una forma de encarar y disfrutar la vida, un estado mental, porque parafraseando a Gistau, uno no puede venir ni aspirar a otra cosa en esta vida que no sea veranear. Una estación que sólo puede compararse y sólo compite con esa quinta estación que es la Navidad, porque ambas son mágicas y tienen el poder de reunir a los que más queremos y hacernos disfrutar juntos. 

En este tiempo líquido y donde apenas nada permanece, acercarme hasta la barra de MALA-SAÑA a tomar un buen trago es algo que me reconforta y hace que vuelva a amigarme con el mundo y todos los que lo pueblan. Uno casi se da cuenta del cambio de estación por la variación de las cartas, de los cócteles, de los sabores, de las maneras de disfrutar y combinar la felicidad. Ese calendario que avanza como un reloj de arena, a veces lento y otras rápido, pero siempre imparable; a no ser que se rompa, que entonces ya se acabó todo. Ese calendario que hace nada anunciaba el inicio del verano, y nos llevaba a regar nuestra cabeza de buenas ideas, de un sinfín de planes en días infinitos, de sol, sal y vida. De ese calendario se van cayendo los días, pero la victoria cotidiana consiste en que así sea, y además los demos por amortizados: vividos, bebidos y reídos.

Los nuevos cócteles de la carta nos transportan automáticamente a una playa paradisíaca, que importa poco dónde esté y cuál sea, sin movernos de esa terraza una tarde de julio que quizá haga frío y llueva. Es verano, queda mucho por delante, y nos emocionamos diseñando planes que puede que nunca hagamos, pero que nos ponen felices por el mero hecho de pensarlos. Porque la importancia de las vacaciones siempre es el con quién, la compañía, como en casi todo en esta vida. Los amigos y la familia, esa gente que está a nuestro lado y nos acompaña aunque estén muy lejos, esos con y por los que merece la pena brindar hasta que se acaban las reservas y estallen las copas. Esos, los de verdad, son los que hacen siempre que los planes sean los mejores.

Estoy en la barra, son principios de julio, y Oviedo aún no ha perdido ese funcionamiento automático del que poco a poco se va desprendiendo durante julio y agosto para volver a adoptarlo tras San Mateo. No hace sol, pero se le espera con ansia. Saludo desde la barra a unos conocidos con su hijo pequeño en la mesa. Pienso en ese niño que no sabe hablar, que no puede comunicarse, en ese niño que acaba de llegar de sus primeras vacaciones en familia, de ese niño que quisiera decirles a sus padres todo lo que les quiere y lo feliz que es, pero aún le es imposible. De ese niño que guarde esos recuerdos para siempre, de ese niño que está forjando dentro de sí lo que será en un futuro y lo que es la felicidad. Riega tu cabeza de buenas ideas, siempre dará sus frutos.

Nos vemos en la barra, brindo por ustedes.

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