LA IMPORTANCIA DE LO PEQUEÑO
Mi generación no se puede permitir formar una familia y ya vivimos mucho peor que nuestros padres, por lo menos yo, pero ahora todo el mundo viaja. Nos vendimos a los vuelos de bajo coste con una maleta de mano, las rodillas encogidas y unos hoteles infames que ni merecen llamarse así. Yo creo que se viaja tanto porque la gente se creyó eso de que viajando se cura la ignorancia y los nacionalismos y todas esas sandeces que nos repitió gente mediocre a lo largo de los años; que son los mismos que dicen que para ser buen periodista uno debe ser buena persona o que el leer te hace mejor. Miren, hay ignorantes que viajan, auténticos cabrones que escriben como los ángeles y leer lo único que te hace es más feliz; ya es hora de llamar a las cosas por su nombre.
Ahora viajamos para poner una chincheta en el mapamundi que decora nuestra pared, para sacar fotos exóticas para instagram o para ver monumentos y museos por los que pasamos sin prestar un ápice de atención y subir una story. Pero yo creo que es el momento de cambiar esto: viajen para conocer una cultura; no lo vean todo, dejen algo para tener que volver, pero lo que ven háganlo bien y con información; consuman sus productos, coman su gastronomía, beban sus alcoholes. Porque en estas pequeñas cosas, en las raíces de cada lugar, está lo importante, se muestra el sitio tal como es.
Leyendo el otro día a Lawrence Osborne y la newsletter de François Monti me moría de envidia de estos dos genios, dos tipos que viajan por el mundo probando los mejores vinos, las mejores copas, los mejores cócteles; y todo acompañado de buenas comidas y quedándose en los mejores hoteles. Todos, y creo no equivocarme, pensamos que hemos nacido para esto, pero muy pocos son los elegidos. Siempre de acuerdo con aquello que decía Fernán Gómez: “Yo estoy muy capacitado para no hacer nada, yo no soy una persona de esas que se dice que necesitan estar trabajando porque de no ser así no se realizan. Si yo hubiese sido heredero, habría estado perfectamente sin hacer nada”. Pero lejos de estos profesionales privilegiados, caí en la cuenta de la importancia que tiene la compañía, el tiempo, un buen plato, el trato o una copa para configurar nuestros recuerdos de ese viaje, de ese momento.
Y pensé en MALA-SAÑA, porque muchos días felices empezaron, transcurrieron o acabaron allí. Y a cuánta gente más le habrá pasado algo igual. Esos turistas que se acercan a conocer nuestra ciudad, a disfrutar y a gozar, pero que esa copa o ese cóctel en la terraza, resguardados dentro cuando hay frío, les endulza el instante y para siempre la memoria. Esa importancia de un buen servicio, de la mezcla y proporciones adecuadas, de una sonrisa y una buena cara. La importancia de esa última copa, que nunca es así porque siempre ha de ser la penúltima, que quizá no es la que más nos sacia, pero sí la que nos acompaña durante más tiempo. La importancia de lo pequeño.
Nos vemos en la barra, brindo por ustedes.